Mientras el Barça fue absolutamente fiel a su idea, el Real Madrid se quedó a medio camino entre esperar atrás y presionar arriba
De todas las semblanzas efectuadas en los últimos tiempos sobre el FC Barcelona, las más brillantes han sido las formuladas por Toni Padilla y Joaquim María Puyal, que han comparado al equipo azulgrana con un ballet moderno y con una sinfonía, respectivamente. En definitiva, un equipo de armoniosos movimientos para nada frutos del azar, sino del talento y del trabajo. El trabajo es un concepto que en fútbol se suele asociar a equipos que, si no defensivos, si viven del error del rival y/o de las acciones de balón parado, pero sacar la pelota desde atrás como la saca el Barcelona no es sólo cuestión de calidad, también lo es de trabajo y de voluntad. Porque para jugar así primero hay que querer: lo fácil sacar en largo, luchar por el rebote y luego si hay que elaborar ya se hará, pero lo primero es eliminar riesgos. Decía Garrido, el entrenador del Villarreal, que él había entrenado en todas las categorías y siempre le habían dicho que en esa categoría era imposible jugar bien al fútbol, pero sus equipos habitualmente lo habían conseguido. Cuestión de voluntad. Por eso no vale cualquiera para defensa del Barça, y en particular para central: un central al uso considera terminado su trabajo cuando recupera el balón o cuando éste se pierde por línea de fondo o sale fuera. Para un central del Barça ese es sólo el punto de partida de su trabajo. A continuación hay que abrirse y recibir la pelota, esperar a que te presionen y buscar al compañero desmarcado. Y todo ello, sin ninguna red a tu espalda.
Pero si la labor de los defensas culés es elogiable, qué decir de los centrocampistas. Mientras el cómun de los futbolistas se agobia al estar presionado por tres o cuatro jugadores, para ellos ésa es la mejor de las noticias: si cerca de mí están tres, algún compañero tendrá que estar desmarcado. No hay prisa, se toca en un lado y con el rival adormecido se busca una salida hacia el contrario. Y allí están Villa o Pedro. Y si estos se han venido hacia el centro pues estarán Alves o Abidal. Así una y otra vez. El segundo gol de ayer, con más de 20 toques consecutivos, es el mejor ejemplo.
Así como el Barça es virtuoso con balón, es también agobiante a la hora de recuperarlo. Villa, Pedro o Messi impidieron en todo momento una salida clara de la pelota por parte del Madrid. Y el resto del equipo les secundó. En el fútbol hay muchos planes válidos: puedes querer tener el balón o no, presionar arriba o esperar atrás, pero lo que es seguro que te dará mal resultado es quedarte a mitad de camino.
Y ese fue precisamente el mayor error táctico del Real Madrid ayer: su indefinición. Una indefinición impropia de alguien a quién se tiene por uno de los mejores estrategas del mundo. Se ha dicho que la única virtud de Mourinho ayer es que, en vista de la alineación, no se puede decir que fuese cobarde. La realidad es justo la contraria: no se atrevió a mantener la valiente apuesta habitual del Madrid de presionar arriba y recuperar el balón lo antes posible, ni tampoco se atrevió a echar el equipo atrás y apostar descaradamente por la contra, por miedo probablemente al qué dirán. De intentar disputarle la posesión al Barça ni hablamos. Los nombres eran los de siempre, pero no la predisposición: si iban arriba a presionar corrían el riesgo de que, si el Barça batía una línea o eraa preciso con los balones largos, la defensa madridista se encontrase en demasiadas situaciones corriendo hacia atrás. Y si el Madrid se cerraba al modo interista, sus posibilidades de hacer daño a la contra eran mínimas al jugar tan lejos del campo blaugrana. Al final el Madrid no hizo ni una cosa ni la otra, quedándose a medio camino con un planteamiento que ni los propios jugadores entendieron: viendo el partido con detenimiento se observa como en muchas ocasiones los jugadores madridistas no saben si ir a la presión o esperar. No es el primer equipo al que le pasa. Löw en la semifinal del Mundial se vio en la misma tesitura: mantener sus principios sabiendo que su inferioridad técnica le condenaría o renunciar a ellos. Mou eligió como Löw, y Khedira y Özil revivieron ayer lo que conocieron en Sudáfrica.
Un último párrafo para el duelo de estrellas. Cristiano es el mejor “pegador” del mundo, sólo comparable con Messi, pero en todo lo demás el argentino le gana la comparación. Para empezar, en actitud: mientras Messi recuperó seis balones, Cristiano recuperó uno y ayudó muy poco en el aspecto defensivo a Ramos, que con frecuencia se encontró en inferioridad ante Abidal, Iniesta o Villa, como se puede ver claramente en el primer gol. Para acabar, el diez azulgrana supera a la estrella madridista en regate en corto, participación en el juego y último pase. El argentino recupera, crea, asiste y finaliza. Cristiano sólo finaliza. De forma implacable ante los débiles y muy esporádica ante los grandes.
Un último párrafo para el duelo de estrellas. Cristiano es el mejor “pegador” del mundo, sólo comparable con Messi, pero en todo lo demás el argentino le gana la comparación. Para empezar, en actitud: mientras Messi recuperó seis balones, Cristiano recuperó uno y ayudó muy poco en el aspecto defensivo a Ramos, que con frecuencia se encontró en inferioridad ante Abidal, Iniesta o Villa, como se puede ver claramente en el primer gol. Para acabar, el diez azulgrana supera a la estrella madridista en regate en corto, participación en el juego y último pase. El argentino recupera, crea, asiste y finaliza. Cristiano sólo finaliza. De forma implacable ante los débiles y muy esporádica ante los grandes.