Los aficionados culés contamos las horas que quedan hasta el próximo partido
Hace menos de un década el barcelonismo pasaba por una situación opuesta a la actual. Una época en la que los Rochemback, Geovanni, Christanval y otros lucían la camiseta blaugrana y, cuando jugaba el Barça, los bares no estaban llenos de gente ilusionada y expectante como ahora. En su lugar sólo estábamos allí el camarero, dos o tres culés resignadamente fieles a la espera de nuestro castigo semanal y tantos o más madridistas con ganas de pasar un buen rato a costa nuestra.
Nada que ver aquélla situación con la actual. Los aficionados de FCBarcelona contamos hoy no ya los días, sino las horas que nos restan para poder volver a disfrutar con el juego del equipo. Para gozar de nuevo con los goles y los regates de Messi, con la generosidad y las diagonales de Villa, con el esfuerzo ejemplar y las carreras de Pedro, con la precisión de cirujano de Xavi, con las danzas balompédicas de Iniesta, con el fino toque y el perfecto posicionamiento de Busquets, con los viajes de ida y vuelta de Alves, Abidal o Maxwell, con la contundencia y el riesgo controlado a la hora de sacar la pelota de Piqué o Puyol, con el mando, la tranquilidad y el oportunismo de Valdés y con la vital participación de los canteranos y de secundarios como Bojan, Keita, Mascherano o Milito, que no desmerecen de los actores principales.
Es tiempo de disfrutar. DISFRUTAR con mayúsculas, más allá de los resultados, por más que éstos sean también un motivo de alegría. Porque llegarán resultados adversos, como llegaron el año pasado contra Sevilla en Copa o Inter en Champions, no siempre se ganará. A lo peor incluso no se gana nada. Un rival que se atraganta, una decisión arbitral polémica o una mala racha de lesiones pueden evitar la consecución de títulos, pero la satisfacción de ver jugar cada tres cuatro o cinco días a este grupo de jugadores quedará: la impaciencia al mirar el calendario para ver cuando juega el Barça, los noventa minutos delante de la televisión presenciando jugadas que uno no es capaz de imaginar desde su sofá, leer durante el desayuno del día siguiente alguna crónica o post brillantes... Placer antes, durante y después. Porque, por más que digan por ahí, lo que da la alegría de verdad en el fútbol, no son los títulos, sino las sensaciones que un equipo deja. ¿Qué día hubo más alegría: el del 2-6 o el día que el Madrid pierde en Villarreal y el Barça fué campeón? ¿El día del gol de Iniesta en Stamford Bridge o el de la final de Roma? Pues eso. La identificación con una manera de hacer las cosas y el orgullo que se siente al pensar “Esos son los míos” es lo que hace que uno se sienta dichoso gracias a su equipo. Los títulos son la guinda, pero la base es lo anterior.
Los eufóricos tiempos que vivimos hoy un día no durarán eternamente, vendrán tiempos buenos a secas o, a lo peor, malos. Es ley de vida y ley de fútbol. No nos arrepintamos entonces de no haber disfrutado lo suficiente hoy y, sobre todo, no dejemos que algunos rufianes nos estropeen este momento. Estos seís días sin Barça servirán para que los jugadores cargen las piernas y serán muy rentables a medio plazo, pero a muchos se nos harán eternos.