Rosell ha podido echar por tierra, en un instante, la imagen que el Barça se ha labrado en tres años
Uno se pregunta con frecuencia cómo es posible que los directivos de los equipos de fútbol sean gente que, en su profesión, ha tenido una trayectoria exitosa y hasta goza de cierto prestigio. Que grandes constructores, productores de cines, prestigiosos abogados, gurús del marketing, etc. sean a la vez capaces de cometer los desmanes que cometen y, sobre todo, pronunciar las frases que, de vez en cuando, se les oye pronunciar, da que pensar. Dos tesis explican este comportamiento: o bien se trata de personas en cuyo éxito profesional tiene mucha culpa el azar, que no parece; o bien el fútbol termina por cambiar la personalidad de todo aquél que se acerca a él.
Sandro Rosell parecía hasta no hace mucho tiempo una excepción a esta regla. En su primer semestre como presidente azulgrana apenas se había hecho notar: sus únicas apariciones públicas habían sido ruedas de prensa con motivos del anuncio de algunos contrato de patrocinio, menos de media docena de entrevistas en las que no decía más que responder con vaguedades y frases previamente cocinadas. Su imagen de moderación se veía reforzada por la inevitable comparación con su predecesor: al lado de Laporta que, cuando menos, salía a comentario inadecuado por quincena, cualquier persona con un cierto autocontrol sería tomado por un ejemplo de mesura. Incluso se acusaba a Rosell de falta de valor por no salir personalmente a frenar los ataques de los que el equipo que preside es objeto día sí, día también, con las más variadas excusas: dopaje, favoritismo arbitral etc.
Pero con la llegada de la primavera la verborrea de Sandro Rosell ha florecido de manera repentina. Su primera perla vino motivada por la propuesta que hará la directiva del FCBarcelona de prohibir fumar en las instalaciones del Camp Nou. Para justificar tal propuesta Rosell recurrió a la siguiente frase: "Fumar es una tradición, pero es mejor el fútbol sin puro y sin morirse". Sí, Sandro, sí. Las cosas que no provocan la muerte suelen ser mejores. Y su destape definitivo como incontinente verbal se produjo ayer. Con motivo de una campaña cuyo fin no podría ser más plausible: conseguir productos alimentarios básicos para ayudar a todas las familias de Cataluña que lo necesiten y sensibilizar la sociedad acerca de la pobreza próxima, Sandro Rosell no perdió la ocasión de sacar al metepatas que lleva dentro afirmando que: “Apuesto por un 5-0 en la final de Copa para no perder la costumbre”. Tres años de un mismo modo de hacer las cosas: humilde, discreto y respetuoso, basado en hablar sólo sobre el campo y que ha generado admiración en todo el mundo, tirados a la basura en un instante. La imagen de los Guardiola, Xavi, Iniesta o Messi no se ve afectada por esta declaración, pero sí la del Barcelona como institución. Carga de balas a los enemigos culés en el momento más delicado de la temporada, en el mes en que se decide si la temporada pasará a la historia como mala, aceptable o buena. Eso sin contar con el componente de mala suerte que suelen llevar consigo ese tipo de predicciones: Boluda, Sergio Ramos o Cristiano Ronaldo lo comprobaron en su momento.
Rosell tiene cinco años por delante para demostrar que es un presidente ecuánime y que no se deja llevar por sus impulsos más primarios. Hasta ahora lo había sido, pero ha tirado por tierra el ejemplar comportamiento de un semestre en un solo acto. A los culés nos da igual como sea Sandro Rosell. Pero nos importa, y mucho, como se comporte el presidente del Barça: entre los dos delfines de Laporta, uno más oficial que el otro, sumaron en las elecciones del pasado verano menos de un 25 % de los votos. Que aprenda la lección: antes de contar una gracia, que cuente hasta cinco.